La pregunta no es retórica sino un diagnóstico breve y urgente de un cuerpo social que parece comerse a sí mismo. En los últimos años hemos visto como un fenómeno desgarrador: «Voces potentes y necesarias se apagan y no por la opresión del sistema cis heteronormativo, sino por el cáncer existente y la jerarquización tóxica dentro del propio movimiento.

En el Perú, la historia tiene antecedentes dolorosos que laceran el movimiento. Durante muchos años Activistas «Consagradxs» han operado bajo la lógica de la cancelación hacia quienes cuestionan el status quo interno. Recordemos el caso de Siannine Cris Ampudia una mujer trans que formó parte del movimiento trans pero que fue violentada por un grupo de personas de la comunidad LGTB de Lima porque su forma de pensar o su cuerpo no eran normativos, en su momento su voz fue vital para el movimiento pero que al final decidió dar un paso al costado por su bienestar emocional dejando la lucha que fortalece el movimiento pero sus convicciones no se apagaron sino que siguió articulando desde el silenciamiento, este accionar del movimiento se replico contra ella solo para mantener las cuotas de poder. Hoy ese mismo modus operandi se intenta realizar con quienes forman parte de Casa Trans Zuleymi.

El problema de fondo es la estructura en el cual se sostiene el movimiento TLGBQ+. Los liderazgos perpetuos son absolutamente nocivos para el movimiento, quienes se aferran por décadas al cargo en realidad no intentan romper el sistema sino que aspirar a ser parte del engranaje institucional. Se ha creado una alianza acrítica entre el activismo gay y trans, en lugar de buscar y conquistar derechos fundamentales se pretende «Vivir del activismo».

El resultado de años del activismo tradicional fue y es una arquitectura muy frágil, el movimiento social parece haberse cimentado sobre castillos de naipes y no sobre cimientos sólidos, por eso cuando enfrentamos una arremetida real de los antiderechos, la estructura tiembla y se cae. La prueba más ácida de este fracaso es la aprobación de leyes que patologizan a las personas trans, la eliminación del enfoque de género y la limitación del aborto terapéutico. Para el 2026 el panorama es aún más desolador puesto que existe la ausencia real de un activismo sólido y la división entre organizaciones de base comunitaria. Un surrealismo absoluto se teje sobre el movimiento de mujeres trans y gays que miran hacia los partidos de derechas como la «Luz» para salir de la precarización económica cuando históricamente las derechas han sido las que restan los derechos como por ejemplo la flexibilización laboral gracias a la constitución del 93 y que ahora en el 2025 no existe la estabilidad laboral. Si el activismo no llena la olla ni garantiza seguridad, el fascismo entra prometiendo orden.

Tras el cierre de USAID, el escenario se complica más puesto que el cierre del financiamiento internacional pone en la cuerda floja a organizaciones históricas como Flora Tristán y el Movimiento Manuela Ramos dejando al borde la desaparición institucional. Estamos en un momento para repensar sobre cómo reformulamos la forma de hacer activismo, dejando de lado mezquindades y egos personales , aunque critiquemos viejas prácticas jerárquicas en tiempos fascistas nuestra respuesta debe ser no dejar caer a las pioneras sino acuerpar, proteger estos espacios son vitales porque gracias a ellas organizaciones de base comunitaria se sostienen.

Para finalizar, Alejandra Fang sostiene que: «Yo creo que el activismo tradicional si no se reforma innegablemente morirá, lo que nos toca es aprender a trabajar en colectividad dejando de lado egos individuales para que juntas construyamos el movimiento desde la honestidad, el respeto y el feminismo comunitario para tener el movimiento sólido o de lo contrario la próxima arremetida antiderecho nos agarrara sin financiamiento, sin voz y sin fuerza» sentenció Fang.